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REPORTAJE: ASÍ ME CONVERTÍ EN CARLOS MONZÓN

POR ADRIÁN MICHELENA
Puesto en al piel del ídolo que bajó del pedestal a partir de femicidio de su pareja, Jorge Román cuenta cómo fue interpretar al ex campeón del mundo.

 “Cuando me vi al espejo por primera vez, me dio mucho miedo. No era yo el que estaba ahí, no era yo… Te lo aseguro, viejo, acababa de convertirme en Carlos Monzón”, comenta Jorge Román, el actor formoseño que personifica al ex campeón mundial mediano, ya retirado, y preso por haber matado a su pareja Alicia Muniz.

“Me dí cuenta que ser Monzón era algo más que una mímesis o la búsqueda de un parecido físico. Hay aspectos esenciales, como la forma de hablar y la mirada que tienen que estar. Claro que sí. Loli Giménez y las chicas de su equipo hicieron un trabajo de pintura y refacción fantástico. Pero para lograr el objetivo, no te tenés que apoyar en la caracterización solamente, sino en construir el personaje mirando para adentro de uno”, agrega Román, quien enseña fundamentos del oficio por una sencilla razón: está acostumbrado porque lleva años entrenando actores. Mientras charla con Enganche, se prepara para dictar un nuevo taller sobre cómo actuar en cine, en el marco del 41° festival de cortos Uncipar, que se realizó en Pinamar.


La escena de Monzón sentado en una cama del hospital, esperando con la mirada de felino y un cigarro es la primera intervención de Román en la serie. Enseguida abre la puerta el fiscal Gustavo Parisi (interpretado por Diego Cremonesi), un nombre de ficción, ya que el fiscal verdadero fue Carlos Pelliza, y le da el ultimátum para que cante qué fue lo que pasó. Monzón gira la cabeza y lo pulveriza con la mirada. Esas pupilas negras, llenas de oscuridad, estaban en los mismos ojos de tigre que lo habían llevado a atormentar a sus rivales. “El ojo de tigre, como lo llamás, está porque uno pasó por las mismas circunstancias en la niñez. Yo vengo de una familia pobre de Formosa, tengo seis hermanos, y vivíamos en una choza. Uno crece con mucha inseguridad y mucho miedo”, comenta. Y agrega: “Recuerdo una foto que vi de un rancho de su infancia. ‘Pucha, esos podrían ser mis hermanos’, pensé. En esa época sobrevivíamos a los sopapos. Hay como una raíz en común. Incluso Monzón tenía ancestros mocovíes y yo debo tener ascendencia wichí o toba”, esboza el actor.


En una pose de introspección que lo traslada a su infancia, Román se remite al desborde de carencias y pobrezas que los une. “Hay puntos de contacto con el personaje”, asegura, y empieza a darle la razón a Ricardo Darín, quien alguna vez dijo que actuar también es hacer de uno mismo.

Monzón nació en una choza de San Javier, Santa Fe, con piso de tierra y paredes de chapa y cartón. Y Román, quien hoy disfruta del éxito de la serie realizada por Disney y Pampa Films (lunes a las 22, por el canal Space), tampoco nació en un hospital. Vino a este mundo en un parto casero en Palo Santo, departamento de Pirané, Formosa. “Hay puntos de contacto. Yo tenía seis hermanos y Monzón catorce (N. de R.: siete, en realidad). Lo seguí como campeón mundial, pero después del asesinato le perdí el rastro”, reconoce quien estuvo a punto de bajarse del casting que comandó Pablo Ini. Es que Román no se veía parecido a Monzón. Y como si fuera poco, la convocatoria era para actores o boxeadores de hasta 40 años y él pasaba el límite por 15. “Venía de una operación y pensaba que me iban a exigir como a uno de 40, que no iba a tener la energía para encarar un proyecto así. Pero tuve el respaldo de un gran equipo”, explica.

La serie de Monzón, que se reparte en 13 capítulos, se centra en el femicidio. Y al margen de aciertos y errores  de tenor histórico ─ya los detalló Cherquis Bialo en una nota publicada en Infobae─ la realización es también un retrato de época, de machismo y patriarcado. “Uno no mata si antes no se estuvo torturando a uno mismo. De alguna manera, Monzón termina respondiendo a un mandato patriarcal muy marcado de la época. Monzón deviene en un femicida dada tal y cual circunstancia, de las cuales pudo o no pudo, quiso o no quiso salir. Además hay un dato no menor del que yo me agarro para construir el personaje: su adicción al alcohol. Y no es que él bebía folclóricamente, como nos puede pasar a nosotros en un asado. Después de que se retiró, se agudiza este mal y se vuelve un alcohólico. Eso es un flagelo social. Tenía además una manía persecutoria, estaba a la defensiva todo el tiempo”, señala. Y remata: “Todo eso intenta explicar a dónde llega. Intenta porque no tiene justificación lo que hizo. Como decía el alegato, el enemigo natural no es el hombre, es el orden patriarcal, esta súper estructura que trasciende. Monzón era un emergente, un portavoz, alguien que estaba diciendo cosas de la sociedad, de la estructura social y política de aquel momento”.

Representar a Monzón fue un desafío físico y psíquico para Román. Se tiñó el pelo de negro azabache, fue a la cama solar dos veces por semana durante seis meses, se depiló insistentemente y estudió la vida de Monzón, leyendo los libros de Carlos Irusta y de Mercedes Marti. “Cuando Irusta me vio, se me acercó y me dijo: ¡Qué parecido que sos, hijo, no lo puedo creer!”. La gente del boxeo tal vez me ve en la serie y ve a Monzón. Pero también es lógico que no les haya gustado porque mi personaje cuenta la decadencia de su ídolo”, se sincera Román, quien al mismo tiempo asegura que tuvo que hacer un trabajo muy interno y poderoso para poder transformarse: “Para representarlo, tenés que empatizar, no digo que te caiga simpático Monzón, pero sí debés buscar y saber los móviles, las causales de su intensidad y de su violencia, que lo llevan a cometer ese femicidio espantoso. Contrario a lo que la gente puede llegar a pensar, la persona violenta es la que más miedo tiene, la más insegura, la que más desprotegida se siente”. 

La casa de Pedro Zanni, 1567, del barrio marplatense de La Florida, se hizo tristemente célebre porque el 14 de febrero de 1988, Monzón mató a su mujer, Alicia Muniz, y dejaba sin madre a Maxi Monzón, el hijo de 6 años que los unía. Esa escena del balcón fue la más difícil que tuvo Román. “Nosotros fuimos a una mansión que recrea aquella de Pedro Zanni, para trabajar una semana, una semana y pico, y terminaron siendo tres semanas. No era solamente la escena. Sino que había que contar muchos puntos de vista, el antes, el durante y  el después. Ahí había que trabajar mucho en el detalle de la perspectiva de género. Me interesaba mucho saber el punto de vista de Carla Quevedo (encarna a Alicia Muniz). Y no quedarse solamente en lo escabroso del hecho. Hubiera sido un error, y quedarse corto en el análisis. Un femicidio no ocurre de la noche para la mañana, queríamos dejar ese mensaje, visibilizar mucho eso”, expresa.

Cuando Monzón salió campeón mundial en el Palacio de los Deportes de Roma, el 11 de noviembre de 1970,  el deporte argentino se encolumnó detrás su proeza, porque muchos de los deportes más populares hasta entonces no habían pagado con grandes triunfos. El fútbol, por ejemplo, todavía no había salido campeón mundial (los títulos vendrían en 1978 y 1986). Y en el tenis, todavía no había emergido en toda su dimensión Guillermo Vilas, quien recién gana el Masters en el ‘74 y los Abiertos de tenis de Francia y Estados Unidos en el ‘77. “En la década de los ´70, yo lo seguía a Monzón, pero la verdad que también compartía esa idea que estaba en el imaginario popular que el boxeo era un deporte limitado y violento. Pero la verdad es que cuando tuve que entrenar boxeo para la serie me encontré con que es una disciplina muy completa. Exige e involucra todo, es integral, no termina ni comienza en los golpes. Exige un compromiso del cuerpo, tanto que yo tuve cinco encuentros con Martín, el hijo de Látigo Coggi, y me quedé con ganas de seguir. Así que le prometí a Coggi que lo preparaba para actuar en cine, a cambio de que él me diera clases”.


El boxeo es un arte que cautivó a magos de las palabras como Julio Cortázar (“Torito” y “La noche de Mantequilla”), Norman Mailer (“El Combate”) y Roberto Fontanarrosa (“Regreso al cuadrilátero”), entre tantos otros autores. Esa forma de expresión, luego de la grabación de la serie, también empezó a enamorar a Román, quien además de actor es profesor en Ciencias de la Educación. “Me cambió el preconcepto que tenía sobre el boxeo. Una idea parcial, limitada, es el deporte de los puños, podría ser la síntesis. Y ahora me doy cuenta que no, que involucra todo. El boxeo te permite una catarsis física y emocional muy importante. Uno descarga muchas tensiones. ¿Y saben qué? En más de una oportunidad a la bolsa le di nombre y apellido, ja, ja. ¿Si soy bueno boxeando? Mirá,  al comienzo para alentarme, Coggi me decía: ‘Pegás muy fuerte, Jorge’. Pero luego me di cuenta de algo: no era un elogio, era una forma de consolarme, tal vez. Es lo mismo que cuando te dicen: ‘Ponele garra porque no tenés talento”.

A la hora de enseñar, Román tiene un manual de estilo y lo usa con sus alumnos. Habla de códigos y registros del teatro que deben ser sí o sí adaptados para la televisión y el cine. Y cada vez que puede, los envía a practicar deportes y artes marciales. “A los actores en general les recomiendo en los entrenamientos que hago que aprendan taekwondo, karate, porque creo que conjuga muy bien todo lo que es la actividad física con la dimensión espiritual. Ese es un background muy potente para la parte actoral”, revela. En el desarrollo de la entrevista destaca el trabajo del director Jesús Braceras, habla de las escenas con Mex Urtizberea (hace del amigo de Monzón en la cárcel) y aplaude a su compañero Mauricio Paniagua, el actor que toma el papel del Monzón joven. Además elogia al Monzón actor, que actuó en “Soñar, soñar”, de Leonardo Favio.

“Es excelente el trabajo que hizo Monzón en Soñar, Soñar, a los directores les gusta decir que las caras cuadradas, son rostros angulosos y cinematográficos. Ahora entiendo porqué desde a cárcel decía que quería volver a actuar”, comenta. “En la Mary quien la rompió fue Susana, que traspasaba la pantalla”, añade. Con su ojo crítico, también se toma su tiempo para rescatar el impacto económico y cultural que provocó la serie en nuestro país, la primera vez que Disney produce en Latinoamérica una serie de no ficción para adultos. “La ficción empleó a 2000 actores y a un total de 4000 personas durante los cinco meses y medio de filmación. En medio de un vaciamiento cultural como el que hubo en los últimos años en el país, los funcionarios y empresarios del poder tienen que entender que un hecho cultural trasciendo el fin estético, sino que es una fuente de trabajo enorme. El remisero que me llevó al set me dijo: ‘Gracias a Dios… Con esta serie salvé el año’. Y los extras también, ellos se sentían útiles y creativos, y podían llevar comida a sus casas. Eso a mí ya me hizo feliz”.

El pelo blanco y los anteojos son la marca registrada de Román, quien conjuga oraciones prolijas y bien articuladas, rasgos de un formoseño de pura cepa, que eligió la batalla cultural para ganarle una partida al destino de pobreza que lo aguijoneaba de pequeño. “Estudié actuación de grande, a los 30 años, tenía poco tiempo para laburar de profesional porque necesitaba que vivir de esto. Recuerdo que me dí un plazo de dos años”, recuerda. Y no fue fácil el camino. Nació en Formosa, vivió en Corrientes, y en Buenos Aires. Allá por el 2000 contaba las monedas en Once para poder viajar en el colectivo. Luego dio un salto con su primer protagónico en El Bonaerense, un film de Pablo Trapero. Esos boletos que tuvo que pagar, esas monedas que debió apretar en un puño, hoy le permiten estar en el lugar de sus sueños. 
Nota publicada originalmente en enganche.com.ar

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