Con motivo de la recepción del Santo Padre a Sergio Maravilla Martínez en el Vaticano, el boxeo aparece otra vez en la escena política para la Iglesia. Las visitas de Locche, Alí, Coggi, Sulaimán, y Don King. Un giro inesperado de la Santa Sede que hace siete años consideraba al boxeo “un deporte inmoral”.
Las paredes del Museo Vaticano hablan, ahí está la verdad, ahí está la historia, ahí, en esos lujosos mosaicos del siglo III d.C, se ven imágenes que parecen estáticas de hombres boxeando con sus puños enfundados en cueros. No es casualidad ese testimonio, no es un detalle, ni mucho menos un efecto decorativo. Por algo están allí. El boxeo, quiérase o no, después de miles de años, sigue siendo una actividad deportiva reglamentada que tiene su arraigo en la sociedad.
No por cualquier cosa, hoy, el Papa Francisco recibe a Sergio Maravilla Martínez, en una entrevista privada que mantendrán en la Santa Sede. Después de muchos, muchos años, volverán a tomar frescura las pinturas boxísticas opacadas por el fulgor del lujo. Los hombres que se ganan la vida boxeando, los que arriba del ring a Dios le ruegan y con la masa pegan, hoy son representados por Maravilla ante Su Santidad. Ahora bien, este guiño del Papa Francisco para con Martínez, quizá, también, tiene que ver con el compromiso del campeón mundial de los medianos en la lucha contra el bullyng y la violencia de género.
El mundo del boxeo, deporte habría nacido aproximadamente 7 mil años antes que Jesúscristo, queda paralizado ante tamaño acontecimiento. Un Papa recibiendo a un campeón mundial en ejercicio, algo con escasos antecedentes. En 1969, Nicolino Locche junto a su familia visitó al Papa Paulo VI en una audiencia general. El 5 de junio de 1982, el musulmán Muhammad Alí (ya retirado) fue recibido por Juan Pablo II en un acontecimiento seguro. El mismo Papa, en 1987, le abrió las puertas de “su” templo a Juan Coggi y su hijo Martín. Juan Pablo II ya había tenido contacto con el italiano Patrizio Oliva, quien perdió el título con Coggi.
Como si fuese poco, en 1993, tal como aporta el periodista Ernesto Rodríguez III, Riddick Bowe le regaló sus guantes a Juan Pablo, esos mismos que le habían llevado a ganarle a Evander Holyfield.
En 1997, el presidente del Consejo Mundial de Boxeo, José Sulaiman fue testigo de una bendición universal del Papa hacia los boxeadores.
Años después, el boxeo perdió su humilde lugar en la consideración de la Iglesia y empezó a ser mirado de reojo. Prueba de ello es una nota, del periódico oficial del Vaticano, Civilta Cattólica (octubre del 2005), en la que se habla de la “inmoralidad del boxeo profesional”. Y en este medio grafico de la orden jesuita (a la que adhiere Francisco) se argumenta que el boxeo “contradice los principios morales y divinos” dado que su rudeza puede provocar la muerte.
El artículo fue emitido como consecuencia de la muerte del boxeador Leavander Johnson después de haber peleado contra Jesús Chávez. El texto emite un duro juicio contra “los grandes grupos económicos que tratan al boxeador no como un hombre, sino como una máquina de hacer dinero”. Otro antecedente perdido en la historia es el del italiano Luca Messi y el promotor Don King, recibidos por Benedicto XVI en el 2007. Hoy le toca a Maravilla, que entre otros obsequios le entrega a Francisco un cinturón verde y con detalles de… ¡oro!
Las paredes del Museo Vaticano hablan, ahí está la verdad, ahí está la historia, ahí, en esos lujosos mosaicos del siglo III d.C, se ven imágenes que parecen estáticas de hombres boxeando con sus puños enfundados en cueros. No es casualidad ese testimonio, no es un detalle, ni mucho menos un efecto decorativo. Por algo están allí. El boxeo, quiérase o no, después de miles de años, sigue siendo una actividad deportiva reglamentada que tiene su arraigo en la sociedad.
No por cualquier cosa, hoy, el Papa Francisco recibe a Sergio Maravilla Martínez, en una entrevista privada que mantendrán en la Santa Sede. Después de muchos, muchos años, volverán a tomar frescura las pinturas boxísticas opacadas por el fulgor del lujo. Los hombres que se ganan la vida boxeando, los que arriba del ring a Dios le ruegan y con la masa pegan, hoy son representados por Maravilla ante Su Santidad. Ahora bien, este guiño del Papa Francisco para con Martínez, quizá, también, tiene que ver con el compromiso del campeón mundial de los medianos en la lucha contra el bullyng y la violencia de género.

Como si fuese poco, en 1993, tal como aporta el periodista Ernesto Rodríguez III, Riddick Bowe le regaló sus guantes a Juan Pablo, esos mismos que le habían llevado a ganarle a Evander Holyfield.
En 1997, el presidente del Consejo Mundial de Boxeo, José Sulaiman fue testigo de una bendición universal del Papa hacia los boxeadores.
Años después, el boxeo perdió su humilde lugar en la consideración de la Iglesia y empezó a ser mirado de reojo. Prueba de ello es una nota, del periódico oficial del Vaticano, Civilta Cattólica (octubre del 2005), en la que se habla de la “inmoralidad del boxeo profesional”. Y en este medio grafico de la orden jesuita (a la que adhiere Francisco) se argumenta que el boxeo “contradice los principios morales y divinos” dado que su rudeza puede provocar la muerte.
El artículo fue emitido como consecuencia de la muerte del boxeador Leavander Johnson después de haber peleado contra Jesús Chávez. El texto emite un duro juicio contra “los grandes grupos económicos que tratan al boxeador no como un hombre, sino como una máquina de hacer dinero”. Otro antecedente perdido en la historia es el del italiano Luca Messi y el promotor Don King, recibidos por Benedicto XVI en el 2007. Hoy le toca a Maravilla, que entre otros obsequios le entrega a Francisco un cinturón verde y con detalles de… ¡oro!
Foto: Muhammad Alí con Juan Pablo II.
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