Por Adrián Michelena, periodista argentino.
Andy Ruiz Jr ese ese amigo gordo que va a buscar al patovica que mejor custodia la puerta del boliche. Tiene huevos y valentía nuestro amigo rellenito, y un hombre sin miedo, es peligroso. Porque la batalla no tiene final. Porque la derrota vale muchas gotas de sangre. Por eso, desde el vamos, Anthony Joshua se dio cuenta que lo que tenía enfrente era una apariencia que engañaba. Si por físico fuera, Andy Ruiz Jr. no tendría nada que hacer ante Joshua. Es más bajo, mide 10 centímetros menos. Tiene breve alcance, sus brazos también son 10 centímetros más cortos. Y es más lento. Si el circo decidiera, Andy Ruiz no tendría nada para hacer ante Joshua (21 de sus 22 victorias por nocaut), porque el campeón es el inglés, dueño de tres títulos (AMB, FIB, Y OMB), y la empresa DAZN necesita seguir vendiendo su producto, prototipo del súper atleta, con músculos dignos de una estatua griega. Si por las apuestas fuera, Andy Ruiz no tendría ninguna chance de ganar en el Madison Square Garden, por algo los estudiosos en la materia pagan 33 dólares por cada uno apostado si llega a ganar el mexicano.
No hay ni debe haber chances para el azteca. Porque ningún boxeador mexicano logró nunca jamás ser campeón mundial de peso pesado. Pero el maleficio se rompe. Y Ruiz provoca el milagro. Se recupera de una caída y lo tira una, dos, tres y cuatro veces a su rival. Joshua, que en el séptimo asalto no tiene ni idea dónde está parado, siente como ningún otro terrícola la rotación y traslación del planeta, porque le gira todo cada vez más. Apenas ve un hilito de sangre que cae de su nariz, se abandona ante el vil destino. Las apariencias engañan, señores. El Gordo Valor ganó porque tuvo un plan maestro para dar el gran golpe. Y Tyson-Douglas, casi 30 años después, vuelve a filmarse pero con distintos intérpretes.
La estrategia de Ruiz Jr fue aguantar el bullyng mediático de las redes sociales y seguir, a pesar de la desconfianza generalizada, su plan de pelea. Joshua, amplio favorito, tiene en su currículum tachado el nombre y apellido de un tal Wladimir Klitschko. Pero nunca antes, nadie, le había faltado tanto el respeto como esta noche. Un boxeo de manos veloces y de mucho pressing tuvo que aguantar el inglés, que no había salido de Gran Bretaña. El mexicano estuvo encendido. Fue una llama que terminó en hoguera. Un guerrero. Su cuerpo es una granada. Sus puños, dos armas de destrucción masiva. Cada vez que pegó, movió la estantería. Y se hizo gigante y querible, al mismo tiempo. Porque el público, claro, suele ponerse del lado del más débil, mucho más cuando empieza a dar vuelta la historia. Verlo a Ruiz, con su aspecto de antihéroe, haciendo historia, es recordar que los ídolos no tienen capa ni espada. Son terrenales. De carne y hueso. Que por más músculos que haya, que por más marketing que se utilice, el deporte necesita hazañas reales, con olor a gloria. El boxeo existe después de 7 mil años a puñetazos, porque todavía hay tipos capaces de ir a buscar sus sueños, sin importar si delante está el sistema que mueve los hilos dispuesto a darte unos cuantos bofes para que te quedes en el molde. Sin historias no hay historia. Esta noche Ruiz Jr dejó de ser boxeador para siempre. Y se convirtió en una leyenda.
Nunca antes había estado México con la gloria en la mano de un pesado. El que más cerca había estado, tal vez, fue el Pulgarcito Ramos, quien peleó con Joe Frazier en el ‘68. “Ramos pudo haberlo noqueado en el primer round, de hecho, Frazier se bamboleó sobre las cuerdas, pero el mexicano se asustó y en el segundo, Frazier lo remató”, recordó, hace unos años, el ya fallecido Don José Sulaimán. Lo de anoche, sin embargo, estuvo teñido de emoción. Porque Ruiz dejó todo en el ring y, aunque parezca una contradicción, tiene con qué estirar su reinado. Su apariencia engaña y confunde. Ese tejido adiposo que le sobra es como la ropa que lo viste. No deja ver lo que hay, la fuerza de su interior. Lo sabía Freddie Roach, que en la previa había dicho que el mexicano era un boxeador respetable. De hecho, Ruiz hizo una campaña como amateur de 105 victorias y sólo cinco caídas, con el entrenador cubano Francisco Ferrer. También pasó por las manos de Abel Sánchez, histórico coach de Gennady Golovkin.
Para el combate de su vida, Ruiz Jr llegó con Manny Robles en su rincón. Venía de entrenar seis meses sin pausas. Y tanto esfuerzo rindió sus frutos. Ahora bien, ¿cómo se explican esos kilitos de más? ¿Estrategia o biotipo natural? Alguna vez, declaró en una entrevista que era fanático de los menús de un dólar. “Tuve que dejar la comida rápida porque no me hacia bien al entrenamiento”, dijo el hombre que hoy tiene un récord de 33 triunfos, 22 por la vía rápida, y una derrota. La única caída, por cierto, fue ante Joseph Parker, cuando intentó capturar el titulo de la OMB, en Australia. Una tarjeta lo vio empatar. Y las otras dos, 115-113. Luego de esa pelea, Ruíz se quejó porque le habían jugado sucio: le avisaron que iba a combatir sólo un mes antes para que no pudiera prepararse bien. Justamente, agarró el combate ante Joshua con menos de un mes de aviso. El rival de británico, Jarrel Miller, dio positivo en el doping. Y fueron a buscar a Ruiz que no figuraba entre los mejores rankeados.
Nacido un 11 de septiembre de 1989 en California, Andrés Ponce Ruiz Jr es el gordo bueno del boxeo. Un enamorado. Y eso que arrancó por mandato familiar. A los seis años, porque su padre se lo exigió, se calzó los guantes. El quería ser beisbolista. Pero lo que no sabía es que no necesitaba de un bate para pegar fuerte. A los siete debutó como amateur (¡sí, a los siete!) en San Diego, y luego siguió su recorrido. Hijo de padres mexicanos, se nacionalizó y adoptó la ciudadanía de sus ancestros y representó a México en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008. Un año después arrancaría su carrera en el profesionalismo. Diez años tardó en coronarse campeón mundial de los peso pesados o completos. La división madre o primigenia, dado que era el único peso antes de que surgieran las divisiones en el boxeo.
Como dijo el entrenador Manny Robles, Ruiz tiene el ADN mexicano. Por coraje y valentía, es como una suma de Erik Morales con Marco Antonio Barrera. Mientras tanto, Julio César Chávez, el emperador, aplaude, agradecido. El ídolo popular de México tendrá unos días de responso. Su récord de 37 peleas mundialistas, sus 14 años invicto, siguen ahí, inmunes a la erosión del tiempo. Eso no se lo quitará nadie. Pero ahora, en buena hora, apareció un guerrero, con sangre y corazón, que, respetuoso, pide permiso para sentarse en la mesa con los otros grandes. Tiene hambre de gloria Ruiz Jr. Y pensar que de pibe le decían que era un gordo que no iba a llegar a nada.
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